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31 de enero de 2018

La librería del señor Livingstone, de Mónica Serendipia

El feel good vuelve de nuevo a este blog. Si en el post anterior os decía que ponía punto y final a mi año lector 2017 con Tu año perfecto, de Charlotte Lucas, ahora os vengo a contar que no podía haber empezado mejor 2018 que con La librería del señor Livingstone, de Mónica Gutiérrez.

Leer este libro es entrar en el inconfundible mundo de Mónica Serendipia (como se conoce a la autora en la blogosfera literaria): protagonistas acorazadas que deshacen la madeja con pasos de bailarina; personajes secundarios que lo inundan todo; la parte más cálida del otoño, del invierno y del frío; una historia de amor y de amistad entre personas muy dispares; un toque de misterio; y entornos idílicos, algo melancólicos y muy bellos que recogen y transmiten paz.

Agnes Marti es una arqueóloga catalana en paro que decide trasladarse a Londres con el fin de encontrar ese trabajo que tanto desea. Su misión no le resultará fácil pero el camino la llevará por azar (y también un poco por su escaso sentido de la orientación) hasta la librería del señor Livingstone, un viejo librero gruñón adorable que busca un ayudante de librería de cuento.

Para los enamorados de la literatura, de los libros y de las librerías, esta novela es un paraíso. Contiene multitud de referencias a novelas y guiños a escritores en cada una de sus páginas. Además, como en todas las novelas de Mónica, los lugares se convierten en protagonistas y la librería de dos plantas con una cúpula desde la que ver las estrellas en el segundo piso es de ensueño.

Y, a pesar de que este trabajo es algo transitorio para Agnes, el ambiente y cada uno de los peculiares personajes la envuelven y la hacen sentir como en casa, y el hada de los pies descalzos se convierte rápidamente en el ojito derecho del señor Livingstone.

En este libro de Mónica Serendipia también hay un toque de misterio, que es el que introduce el amor y serán el amor y la librería quienes removerán los cimientos de Agnes Marti, una arqueóloga que viajó a Londres para buscar otra cosa bien distinta.

Sin embargo, para los que se relajan y confían en la vida, hay mucho más allá para ellos. Y no podría ser de otra manera para Agnes Marti.

Puedes leer también las reseñas de otros libros que he leído de Mónica Gutiérrez: El noviembre de Kate y Un hotel en ninguna parte.


3 de mayo de 2017

La biblioterapia más feelgood de Mónica Gutiérrez (Serendipia)

Hace ya algún tiempo que os vengo hablando de la biblioterapia o el arte de utilizar los libros como un modo de desarrollo y de crecimiento personal. 

Por todos es sabido que los libros tienen múltiples interpretaciones y que, igual que la belleza está en el ojo del que mira, el significado de un texto está en el corazón del que lo lee. Esto, unido a una buena elección en el momento y sitio oportunos, permite que lo que estamos leyendo adquiera todo el sentido dentro de nosotros. Encontramos la pieza del puzzle que buscamos.

Los libros con los que haces biblioterapia dependen del momento personal en el que te encuentres. En los últimos años yo he vivido cambios en el seno de mi familia, he tenido que reinventarme a mí misma, eliminar viejos patrones y encontrar nuevos, crecer con mi pareja y buscar un hueco propio en el que sentirme identificada. Y son muchas las lecturas que me han ayudado en este recorrido.

El mes pasado inauguramos esta nueva sección de biblioterapia con Gemma, del blog Wasel Wasel y, en esta ocasión, tengo el inmenso placer de contar de nuevo con una de las escritoras que más sabe de feel good en la blogosfera literaria y con cuyas novelas (El noviembre de Kate y Un hotel en ninguna parte) he disfrutado de lo lindo. Ella es Mónica Gutiérrez, Serendipia (aquí puedes leer la entrevista que le hice tiempo atrás).

Mónica Gutiérrez (Serendipia): "la literatura feelgood me dio buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista"

 

Una de las cosas que más sorprende cada vez que repaso las estanterías de casa —a menudo en busca de algún volumen escurridizo— es lo mucho que han ido cambiando mis lecturas a lo largo de los años. Supongo que es una característica de quienes hemos crecido con un libro, o dos, o tres, en las manos el percatarnos de que lo que leemos hoy nada tiene que ver con lo que estaba en nuestra mesilla de noche hace 10, 15 o 20 años atrás. No puedo afirmar, sin temor a equivocarme —porque nada es absoluto, ni siquiera la literatura—, que mis lecturas sean de más empaque, de más entidad, o de mayor seriedad lingüística o sintáctica ¿Acaso no eran clásicos los Julio Verne, los Robert Louis Stevenson o los Agatha Christie de mi adolescencia? Pero sí que me atrevo a confirmar, mirando mis lecturas de los últimos años, que la mayoría de lectores nos volvemos exquisitos, exigentes, excéntricos, maniáticos y sofisticados a medida que nos adentramos en la edad adulta y nos pesa la costumbre, la cultura y nuestra (de)formación profesional.

La única constante en mi vida lectora han sido los libros de Historia (de ensayo, investigación, compendio, tesis, etc.) y cierto aborrecimiento por la novela histórica, con excepcionales paréntesis y autores. Pero en el caso de la ficción, reconozco que mis gustos siguen siendo variados. La principal ventaja de tener en casa novelas de tan diverso género es que me permite —como suele ser costumbre de cualquier lector— elegir lectura en función de mi estado de ánimo. Probablemente no ejerza la biblioterapia de manera consciente pero es cierto que la practico: nada mejor que los románticos de principios del XIX para acompañarme en la melancolía; Dorothy L. Sayers, Josephine Tey o Ngaio Marsh para las temporadas de inquietud y poca concentración; Arnold Bennett, Stella Gibbons, P.G. Woodehouse, E.F. Benson, Gerald Durrell, etc. para sentirme a gusto; Ospina para la nostalgia, José C. Vales para aprender, Manuel Rivas para lo inesperado, Shakespeare... Shakespeare siempre, siempre, siempre.

Creo que todos los libros que he leído me han aportado algo, casi siempre riqueza de pensamiento; incluso algunos que tuve que dejar a la mitad porque me resultaban insoportables seguramente me aportaron hastío u horror. Pero aunque la lectura me acompaña en las distintas épocas de mi vida —a veces buenos tiempos, otras, no tanto—, no puedo asegurar que ningún libro en concreto me haya cambiado la vida. Sí que hay lecturas que llevo siempre conmigo, que son parte de mi bagaje sentimental, como Cumbres borrascosas, El señor de los anillos, Cien años de soledad, Matar a un ruiseñor, Orgullo y prejuicio, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan y Wendy, y tantísimas otras, decenas.

Quizás la única excepción consciente de biblioterapia, una elección de encontrar cierto consuelo en los libros, haya sido el descubrimiento del género feelgood. Conocí esta tendencia literaria a raíz de leer a Arnold Bennett, Jerome K. Jerome, E.F. Benson, Saki, etc.; conecté al instante con sentido del humor, tan british, y con el encanto, a menudo excéntrico, de sus prosas, de la ligereza de sus tramas y personajes, en una época en la que Virginia Wolfe o D. H. Lawrence eran ejemplo de la excelencia literaria. Ellos habían sido precursores involuntarios, junto con otros autores, de un género literario que habría de florecer durante la Segunda Guerra Mundial de la mano de D.E. Stevenson, Barbara Pym, A.G. MacDonell, James Herriot o Delafield, entre muchos otros. Y no es casualidad que en una época de gran dificultad y dolor como esta los lectores escogieran leer feelgood: necesitaban evadirse, pasearse durante unas horas por paisajes más amables y pacíficos. Tampoco fue casualidad que hiciese mis primeras incursiones en este género en un momento de profunda crisis personal y profesional.

Todo lo que leí en aquella época, y que sigo disfrutando ahora, no contribuyó a cambiarme pero sí que me dio sosiego y buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista. Cualquier lector que se mantenga atento a los detalles sabe leer entre líneas los mensajes del Universo.

Si necesitas un respiro del ruido, de las malas noticias, del horror, de las preocupaciones, de los problemas, del dolor, de la enfermedad... Te recomiendo feelgood. Es cierto que debemos luchar cada día para mejorar nuestro mundo y el de quienes nos rodean, pero también necesitamos descansar y para eso nada mejor que el oasis de paz que te proporcionará un libro feelgood. Entre nosotros, en confidencia y voz bajita, ahora que nadie nos lee, te dejo una pequeña lista con algunos de mis libros feelgood de biblioterapia:
  • El libro de la señorita Buncle, de D.E. Stevenson
  • Flores para la señora Harris, de Paul Gallico
  • Trilogía de Corfú, de Gerald Durrell
  • Mr. Rosenblum sueña en inglés, de Natasha Solomon
  • La librería ambulante, de Christopher Morley
  • Un abril encantado, de Elizabeth von Arnim
  • Una temporada para silbar, de Ivan Doig
  • La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, de M.A. Shaffer
Más información sobre feelgood en Serendipia
Para otros títulos de no ficción, serendipia.monica@gmail.com

29 de noviembre de 2016

Un hotel en ninguna parte, de Mónica Gutiérrez

Estaba yo pensando que hacía tiempo que no leía una novela de esas que me gustan tanto, o sea, una novela feel good. Y, a pesar de que ya había comenzado Mi Londres, de Simonetta Agnello Hornby, tenía la necesidad de encontrarme de cara con una historia que me hiciese sentir bien, como en casa. Así que eché un vistazo a mi lista de pendientes y allí estaban los primeros libros de Mónica Guitiérrez, escritora de feel good allá donde las haya. Tras leer hace un tiempo El noviembre de Kate, ahora he hecho un precioso retiro en Un hotel en ninguna parte.

Emma es una violinista a la que un día se le desmorona el castillo de naipes que sustentaba su vida. Alentada por su amiga Anna, acepta un trabajo de camarera de piso en un hotel escondido en un bosque cerca de Barcelona. A pesar de que su nueva situación poco tiene que ver con su vida anterior, Emma sabe que esta oportunidad que la han brindado tiene que aprovecharla para dejar atrás todo lo que ha pasado y prepararse para mirar hacia el futuro. Lo que no sabe el día que aterriza por primera vez en El Bosc de les Fades es que su misión va a ser bastante fácil de cumplir.

Rodeada de un paisaje espectacular, unos compañeros que pasarán a ser amigos rápidamente, tés, dulces, recitales de violín y de piano, jardines de ensueño y bonitismo en general, a Emma enseguida empiezan a brillarle los ojos otra vez (a lo que ayuda también la presencia de Samuel, uno de los dueños del hotel).

Los días de Emma pasan entre la tranquilidad que supone un hotel perdido en medio de un bosque en invierno, con casi ningún huésped y pocas tareas que hacer. Las charlas, las noches de insomnio compartidas, la música de sus instrumentos y amor, mucho amor, hacen que su alma vaya poco a poco curando. A la vez, ayuda a Samuel a conseguir aquello por lo que lucha desde hace tiempo: que se le reconozca la propiedad de los caminos y del bosque aledaño al hotel.

Durante su estancia en El Bosc de les Fades, Emma está arropada por unos personajes entrañables (un escritor Premio Nobel, un cocinero roquero, una compañera entrañable y su hija, un mujeriego encantador,  un recepcionista gruñón,…) que la guiarán en su camino de recuperación… Hasta que un día recibe una oferta para trabajar en una orquesta lejos del hotel y tiene que decidir cuál es el próximo paso que debe dar.

El día a día y las anécdotas nos llegan a los lectores a través de los correos electrónicos que Emma le envía a su amiga Anna y los dueños del hotel a su madre. Son, por así decirlo, capítulos cortitos, escritos con mucho gusto y que te hacen querer vivir en ese hotel con toda esa gente. La segunda vez que quiero quedarme a vivir en un lugar que inventa Mónica Gutiérrez para sus personajes :)

Hay muchos elementos de Un hotel en ninguna parte que me recuerdan a El noviembre de Kate: el pelo pelirrojo de la protagonista, las bufandas que usa, el jardín, el hotel (la casa de madera de Norman como refugio) y, sobre todo, algo que caracteriza a las novelas feel good: optimismo, situaciones y cosas que nos hacen sentir bien.

Ya sabéis que un libro de este género, por definición, acaba bien. Pero el final de la historia de Emma tendréis que descubrirlo por vosotros mismos reservando habitación en El Bosc de les Fades.

El té inglés


El té, los dulces y la buena comida están presentes durante todo el libro de la mano de Joaquim, el cocinero de El Bosc de les Fades, y de la señora Povedy, la encargada de la tienda de tés del pueblo.

Yo, que no soy una aficionada al té, he recibido ciertas señales últimamente de que quizá debería probar la experiencia. Mi reticencia viene principalmente porque, para que me sepa bien, tengo que añadirle bastante azúcar y ya sabemos que el azúcar en exceso no es nada bueno. Pero una amiga me dijo hace poco que justamente la idea es hacer una mezcla de varios sabores para echar poco de menos el dulzor del azúcar. Y otro amigo me dijo que probara a echarle un chorrito de leche.

Entendidos y entendidas en té: no os escandalicéis si he dicho algo raro. Admito sugerencias para probar con esta nueva afición. De momento, me quedo con la respuesta que me ha dado San Google a mi pregunta: ¿cómo es un verdadero té inglés?

3 de octubre de 2016

Entrevista a Mónica Gutiérrez, autora de El noviembre de Kate

Definitivamente, septiembre fue mi mes feel good. Estas últimas semanas os he ido contando aquí y aquí que, con esta expresión, por fin he podido dar nombre a un género que no sabía que existía pero del que estaba empezando a hacer un buen acopio de lecturas.

He creado una nueva sección en el blog para dejar constancia de todo aquello que me recuerde al género: recomendaciones de libros feel good, reflexiones,... y ahora también ¡entrevistas! Sí, porque hace un par de semanas me puse en contacto con Mónica Gutiérrez (Serendipia) para saber si ella me respondería a unas preguntas acerca de su último libro publicado, El noviembre de Kate, y de las novelas feel good y me dijo que ¡por supuesto!

Mónica Gutiérrez en la presentación de El noviembre de Kate en Barcelona. Fotografía aquí.

Así que aquí está, espero que la disfrutéis.

Pregunta: Hace poco tiempo descubrí el término feel good aplicado a la literatura. Fue justo cuando entré en la ficha que Roca Editorial tiene de tu nuevo libro, El noviembre de Kate, en su web. Y, de esta manera, encontré uno de los géneros con los que más me identifico. ¿Qué es para ti el movimiento feel good?

Respuesta: La literatura feelgood tiene sus años dorados durante la segunda mitad del siglo XX, en Gran Bretaña. Aunque tiene antecedentes a finales del siglo XIX y en los felices años 20 del siglo XX, surgió con fuerza durante la II Guerra Mundial. En Inglaterra, la población civil no solo tenía a sus seres queridos en el frente, sino que además soportaba bombardeos de la luftware, el bloqueo de los submarinos alemanes (escasez de algunos alimentos, cartillas de racionamiento, etc.), movilizaciones, restricciones energéticas, etc.  Para contrarrestar esta angustia de su día a día, para ofrecer a los lectores cansados y a menudo asustados, un rato de evasión y entretenimiento con un libro en las manos empezaron a publicarse una serie de novelas de ficción que descartaban el realismo y la gravedad.

Que ahora se retome el género feelgood tiene todo el sentido del mundo porque la coyuntura actual es bastante peliaguda a nuestro alrededor: desempleo, desahucios, enfermedades, desnutrición infantil, cambio climático, etc. Los lectores necesitan un respiro, necesitan un libro en donde olvidar unos instantes el ruido y el estrés, las preocupaciones y problemas, que le asedian en su cotidianidad.

La literatura feelgood ofrece un oasis de paz y bienestar, es una historia de ficción en donde el lector va a sentirse en paz, tranquilo, a gusto y arropado por personajes positivos, paisajes encantadores, atmósferas acogedoras, mucho sentido del humor y un final feliz. Todo esto lo explico mucho mejor y con más detalle en el taller de narrativa feelgood que imparto en Ateneo Literario y que es pionero en España.

P: En mi opinión, una de las características clave de las novelas feel good son los escenarios. En El noviembre de Kate hay tres que me han cautivado: el jardín selva del edificio en ruinas, la casa de Norman Berck y la buhardilla de la radio. ¿En qué te has inspirado para recrear esos  espacios y para que los lectores queramos quedarnos a dormir en la casa de las tres chimeneas, por poner un ejemplo?

R: Cierto, los escenarios son uno de los puntales imprescindibles del género, ayudan a crear la atmósfera apropiada. El jardín, la casa de las chimeneas, el bar escondido y la radio son lugares que solo existen en mi imaginación pero sí que están inspirados en lugares reales: el jardín dentro de un edificio muy viejo surgió mientras paseaba por un parque en ruinas, la radio en la buhardilla tiene mucho de la emisora en la que trabajé un tiempo y mientras escribía sobre la casa de las tres chimeneas pensaba en esos cottages tan cuquis de la campiña inglesa. El bar escondido no existe pero el hotel Ambassador de Coleridge está inspirado en un hotel muy peculiar de mi ciudad.

Intento crear espacios en donde el lector pueda sentirse a gusto; me recompensa pensar que el lector desea quedarse un ratito en ellos para olvidarse un instante de las noticias del telediario o de lo desagradables que son los vecinos del quinto.

P: Uno de los pasajes más esclarecedores para mí de la novela es en el que Kate toma té con Dolores Weissman. Después de escuchar su historia, Kate dice algo así como que “la vida es mucho más interesante de lo que creemos, siempre que estemos dispuestos a tener bien abiertos los ojos y los oídos. Si hubiese prestado más atención a todo lo que me rodeaba, quizás no habría caído en la espiral de melancólica tristeza en la que me había acostumbrado a vivir…”. ¿Qué suponen en la novela personajes como Dolores Weismman y Marisa, la oyente que fue despedida por modificar el orden establecido en la librería?

R: Son hadas, personajes capaces de abrir los ojos a aquellos que se han quedado bloqueados y que ya no ven más allá de sus narices. En la vida real estas personas están por todas partes para darnos un toque de atención pero no siempre las escuchamos. No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.

Kate tenía todo en su vida para ser feliz, si se hubiese fijado mejor en los detalles habría sido capaz de darse cuenta de lo interesante que podía ser su rutina, de que podría haberle sacado mucho más partido.

P: La tormenta, que se ve venir pero a la que nadie hace caso en la espiral maratoniana de sus vidas, supone un punto de inflexión en el que Kate y Don se ven obligados a parar y a reflexionar. La charla junto al fuego, las reuniones en torno a una mesa, desayunar tortitas, amasar pan, vestir ropa caliente cuando fuera hace frío, disfrutar del paisaje desde una ventana,... ¿Cuánto influyen los pequeños detalles en las decisiones que Kate y Don toman tras la tormenta? ¿Crees que sabemos realmente apreciarlos en nuestro día a día?


R: Los detalles son las bisagras del universo. Los detalles lo son todo, la atención que les prestemos marcará la diferencia entre una rutina y un momento especial. La tormenta me sirvió como detonante para muchas cosas pero también para mantener en un mismo espacio a dos personajes que ya estaban aislados del mundo antes de que la nieve lo hiciese definitivamente.

Una vez una amiga me dijo que los problemas no se arreglaban tomando una taza de té con un pedazo de bizcocho. Cierto, pero tener a alguien con quién tomarse una taza de té y comerse un buen pedazo de riquísima tarta en un lugar agradable ayuda muchísimo a reunir fuerzas para enfrentarse al problema y solucionarlo, a enfocarlo con más sentido del humor. Por muy mal que vayan las cosas, el sentido del humor debería ser lo último que perdemos.

P: Para concluir, me gustaría saber cuál fue el origen de El noviembre de Kate, de dónde surgió esta historia y el resto de historias feel good que has escrito.

R: Todas mis historias y personajes son ficción pero están respaldadas por mi experiencia emocional. Más de una vez he tenido que empezar de nuevo, tomar un nuevo camino, reinventarme. En mis novelas, es habitual que los protagonistas estén en ese punto, en el de empezar a vivir una nueva vida porque la anterior les ha convertido en personas tristes y era un callejón sin salida. Aprenden a mirar el mundo de otra manera y suelen hacerlo en lugares pequeños y rodeados de buenas personas. Ese es otro punto del feelgood, sus personajes siempre dan lo mejor de sí mismos.

30 de septiembre de 2016

[5] El feel good me encuentra de nuevo, lectura top 10 y mientras que la música dure


¿No os ha pasado nunca que cuando aprendes un término nuevo lo ves después por todos lados? No sé exactamente la razón de este fenómeno, aunque probablemente sea porque desde ese momento eres consciente de que “eso” existe. Con lo cual, el verdadero “clic” está en el momento en que descubrimos que esa palabra, expresión, o lo que sea, nos interesa.

Como ya os comenté la semana pasada, yo hallé el término feel good hace apenas un par de semanas después de algún tiempo sabiendo que algunas de mis novelas favoritas tenían cosas en común que no me encajaban en ningún género en particular.

Después de este descubrimiento, hice una lista con novelas que encontré clasificadas como feel good y comencé a leer. Me decidí primero por La librería de los finales felices, de Katarina Bivald, un libro del que, por cierto, estoy sacando muchísimas recomendaciones interesantes. Y, fijaos como es la cosa que, cuando iba por la mitad de la novela, más o menos, me encontré esto:

“La gente solía pensar que las novelas feel good eran historias felices y banales, pero una auténtica feel good no se merecía ese nombre si no contaba con un par de asesinatos, accidentes, catástrofes y fallecimientos […] De lo que se trataba era de que no terminaran mal. Eran libros que uno acaba con una sonrisa, libros que hacían pensar que el mundo estaba un poco más loco, raro y bonito cuando levantaba la mirada de sus páginas”.

Casualidad o no, me topé con una nueva definición de novela feel good que no esperaba y que ahonda un poco más en alguna de las características del género: en los libros feel good también pasan cosas malas. Por ejemplo, entre las que yo os recomiendo en el blog hay personajes que sufren enfermedades duras, otros pierden familiares o amigos, algunos sufren separaciones o incluso hay quienes experimentan crisis de identidad. Pero en todos esos libros, sin excepción, el personaje trabaja tanto para salir adelante que la historia siempre termina bien.

Mi inmersión en el género también me ha llevado a leer esta semana una de los libros que va directo a mi top 10 de este año: El noviembre de Kate, de Mónica Gutiérrez, una novela entrañable en la que hay elementos dramáticos, por supuesto. En este caso, Kate, la chica del pelo esponjoso, las bufandas largas de colores y los zapatos de bruja buena, tiene que deshacerse del caparazón que la envuelve para protegerse de un jefe déspota, un trabajo mecánico, una familia que la ignora y un corazón dolorido que no le permite disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Lo bonito de esta novela y de las demás del género, o por lo menos lo que más me gusta a mí, es que vas viendo la evolución del personaje, progresivamente: sus dudas, sus problemas, sus esfuerzos, sus decisiones,… Y, al final, nos encontramos con alguien que ha comprendido la situación, que ha evolucionado y que ha mejorado su versión. Fijaos que no me refiero a “persona nueva” porque eso implicaría que se obvia el proceso de aprendizaje por el que pasa, que en realidad es lo más importante.

Entrevista a Mónica Serendipia


Para la semana que viene tengo más feel good porque os adelanto que me puse en contacto con Mónica Gutiérrez (Serendipia) para saber si ella me respondería a unas preguntas acerca de El noviembre de Kate y de las novelas feel good y me dijo que ¡por supuesto! Así que comenzaré octubre publicando esta entrevista en la que, de nuevo aprenderemos muchas cosas sobre el género feel good.

Un adelanto: ¿Sabíais que los años dorados de la literatura feel good fueron durante la segunda mitad del siglo XX, coincidiendo con la II Guerra Mundial? Para contrarrestar la angustia del día a día de la población civil, para ofrecer a los lectores cansados y a menudo asustados, un rato de evasión y entretenimiento con un libro en las manos empezaron a publicarse una serie de novelas de ficción que descartaban el realismo y la gravedad.

#ColectivoDetroit


Esta semana he participado en mi segundo reto del #ColectivoDetroit, que consistía en escribir algo mientras durara la música de entre cuatro canciones escogidas por mí. Al terminar la lista de reproducción, se acababa el tiempo de escritura. Y esto es lo que me quedó: una declaración sin respuesta…

#Leyendo


Esta semana, como ya os he dicho, terminé El noviembre de Kate y ahora estoy rematando también La librería de los finales felices. Todavía no sé por dónde voy a tirar después, así que la semana que viene os contaré… Lo que sí os puedo decir es que en La librería de los finales felices estoy encontrando muchas recomendaciones y tengo ganas de leer algo de Moa Martisson. ¿Os suena?

PD


Me gustaría introducirme en el mundo editorial primero como lectora profesional. ¿Alguien que pueda asesorarme en el tema? Mil gracias.


27 de septiembre de 2016

El noviembre de Kate, de Mónica Gutiérrez (Serendipia)

Si hay algo difícil en estos días que corren es encontrar a alguien o algo que realmente te haga sentir bien. Ya sabéis a lo que me refiero: alguien con quien charlar y que te escuche de verdad sin que la conversación sea un (mal)educado intercambio de egos; o alguna cosa material que valga más por cómo te hace sentir que por fanfarronear ante los demás.

Por eso, cuando leo que las novelas feel good son lecturas fáciles que lo único que intentan es entretenernos para pasar un rato agradable, me pregunto, ¿acaso lo que nos mueve no es nuestro bienestar? ¿No es esto lo más importante de todo? Probablemente sea así pero está claro que confundimos bienestar con “otras cosas más importantes” que normalmente tienen que ver más con el ego y la posesión.

Para mí, el género feel good es un regalo porque siento que humaniza el mundo rebelde en el que vivimos y recrea escenarios que confirman que aún se puede vivir de otra manera más romántica y naif, tal como descubre la protagonista de la última novela de Mónica Gutiérrez (Mónica Serendipia en la blogosfera literaria), El noviembre de Kate.

Kate, la chica del pelo esponjoso, las bufandas largas de colores y los zapatos de bruja buena; la chica sensible y soñadora que decide deshacerse progresivamente del caparazón que la envuelve para resguardarse de un jefe déspota, un trabajo mecánico, una familia que la ignora y un corazón dolorido que no le permite disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Sin embargo, los humanos no somos todopoderosos. Todavía hay ciertas cosas por encima de nuestro afán de controlarlo todo, como los fenómenos naturales. En esta novela, es una gran tormenta la que obliga a parar a Kate y a todos los protagonistas, un punto de inflexión para reflexionar, prácticamente incomunicados, acerca del futuro.

Gracias a este parón, las tramas principales del libro (por una parte, la de la nueva vida de Kate y el dilema de Don, el contrapunto de Kate) deshacen el nudo que les impedía avanzar y entregarse a la vida desde una perspectiva diferente.

Pero no solo el argumento de esta historia es bonito, lo son también los escenarios, una característica esencial de las novelas feel good: quiero sentarme en ese jardín selvático de Kate y comer croissants; quiero hacer pan de semillas de amapola en la casa de madera de Norman; quiero participar en un programa de radio en la buhardilla de un edificio entrañable; y quiero quedarme aislada del mundo en una casa con tres chimeneas.

Lo bueno de esta novela es que, además de todo lo anterior, resuelve una intrincada investigación policial en la que tanto Kate como Don van a jugar un papel fundamental. Como veis, ingredientes de todo tipo entre los que destaca, como no podía ser de otra manera, el optimismo y las ganas de cambiar el mundo desde el crecimiento personal de cada uno de nosotros.

Coleridge y Longfellow


Al principio de la novela, se incide en que los sitios en los que transcurre la acción son totalmente inventados por la autora. Los principales son Coleridge y Longfellow. Pero, ¡oh, sorpresa!, investigando un poquito por Internet he descubierto que tanto Coleridge como Longfellow son dos poetas, el primero inglés y el segundo americano, y ambos pertenecientes a la corriente del Romanticismo, un tema que está presente durante toda la novela: “De lo que sí estaba segura era de cómo abriría la sección de ese mismo viernes: iba a hablar sobre los conceptos equívocos actuales entre la palabra romántico y el romanticismo original”.