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3 de mayo de 2017

La biblioterapia más feelgood de Mónica Gutiérrez (Serendipia)

Hace ya algún tiempo que os vengo hablando de la biblioterapia o el arte de utilizar los libros como un modo de desarrollo y de crecimiento personal. 

Por todos es sabido que los libros tienen múltiples interpretaciones y que, igual que la belleza está en el ojo del que mira, el significado de un texto está en el corazón del que lo lee. Esto, unido a una buena elección en el momento y sitio oportunos, permite que lo que estamos leyendo adquiera todo el sentido dentro de nosotros. Encontramos la pieza del puzzle que buscamos.

Los libros con los que haces biblioterapia dependen del momento personal en el que te encuentres. En los últimos años yo he vivido cambios en el seno de mi familia, he tenido que reinventarme a mí misma, eliminar viejos patrones y encontrar nuevos, crecer con mi pareja y buscar un hueco propio en el que sentirme identificada. Y son muchas las lecturas que me han ayudado en este recorrido.

El mes pasado inauguramos esta nueva sección de biblioterapia con Gemma, del blog Wasel Wasel y, en esta ocasión, tengo el inmenso placer de contar de nuevo con una de las escritoras que más sabe de feel good en la blogosfera literaria y con cuyas novelas (El noviembre de Kate y Un hotel en ninguna parte) he disfrutado de lo lindo. Ella es Mónica Gutiérrez, Serendipia (aquí puedes leer la entrevista que le hice tiempo atrás).

Mónica Gutiérrez (Serendipia): "la literatura feelgood me dio buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista"

 

Una de las cosas que más sorprende cada vez que repaso las estanterías de casa —a menudo en busca de algún volumen escurridizo— es lo mucho que han ido cambiando mis lecturas a lo largo de los años. Supongo que es una característica de quienes hemos crecido con un libro, o dos, o tres, en las manos el percatarnos de que lo que leemos hoy nada tiene que ver con lo que estaba en nuestra mesilla de noche hace 10, 15 o 20 años atrás. No puedo afirmar, sin temor a equivocarme —porque nada es absoluto, ni siquiera la literatura—, que mis lecturas sean de más empaque, de más entidad, o de mayor seriedad lingüística o sintáctica ¿Acaso no eran clásicos los Julio Verne, los Robert Louis Stevenson o los Agatha Christie de mi adolescencia? Pero sí que me atrevo a confirmar, mirando mis lecturas de los últimos años, que la mayoría de lectores nos volvemos exquisitos, exigentes, excéntricos, maniáticos y sofisticados a medida que nos adentramos en la edad adulta y nos pesa la costumbre, la cultura y nuestra (de)formación profesional.

La única constante en mi vida lectora han sido los libros de Historia (de ensayo, investigación, compendio, tesis, etc.) y cierto aborrecimiento por la novela histórica, con excepcionales paréntesis y autores. Pero en el caso de la ficción, reconozco que mis gustos siguen siendo variados. La principal ventaja de tener en casa novelas de tan diverso género es que me permite —como suele ser costumbre de cualquier lector— elegir lectura en función de mi estado de ánimo. Probablemente no ejerza la biblioterapia de manera consciente pero es cierto que la practico: nada mejor que los románticos de principios del XIX para acompañarme en la melancolía; Dorothy L. Sayers, Josephine Tey o Ngaio Marsh para las temporadas de inquietud y poca concentración; Arnold Bennett, Stella Gibbons, P.G. Woodehouse, E.F. Benson, Gerald Durrell, etc. para sentirme a gusto; Ospina para la nostalgia, José C. Vales para aprender, Manuel Rivas para lo inesperado, Shakespeare... Shakespeare siempre, siempre, siempre.

Creo que todos los libros que he leído me han aportado algo, casi siempre riqueza de pensamiento; incluso algunos que tuve que dejar a la mitad porque me resultaban insoportables seguramente me aportaron hastío u horror. Pero aunque la lectura me acompaña en las distintas épocas de mi vida —a veces buenos tiempos, otras, no tanto—, no puedo asegurar que ningún libro en concreto me haya cambiado la vida. Sí que hay lecturas que llevo siempre conmigo, que son parte de mi bagaje sentimental, como Cumbres borrascosas, El señor de los anillos, Cien años de soledad, Matar a un ruiseñor, Orgullo y prejuicio, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan y Wendy, y tantísimas otras, decenas.

Quizás la única excepción consciente de biblioterapia, una elección de encontrar cierto consuelo en los libros, haya sido el descubrimiento del género feelgood. Conocí esta tendencia literaria a raíz de leer a Arnold Bennett, Jerome K. Jerome, E.F. Benson, Saki, etc.; conecté al instante con sentido del humor, tan british, y con el encanto, a menudo excéntrico, de sus prosas, de la ligereza de sus tramas y personajes, en una época en la que Virginia Wolfe o D. H. Lawrence eran ejemplo de la excelencia literaria. Ellos habían sido precursores involuntarios, junto con otros autores, de un género literario que habría de florecer durante la Segunda Guerra Mundial de la mano de D.E. Stevenson, Barbara Pym, A.G. MacDonell, James Herriot o Delafield, entre muchos otros. Y no es casualidad que en una época de gran dificultad y dolor como esta los lectores escogieran leer feelgood: necesitaban evadirse, pasearse durante unas horas por paisajes más amables y pacíficos. Tampoco fue casualidad que hiciese mis primeras incursiones en este género en un momento de profunda crisis personal y profesional.

Todo lo que leí en aquella época, y que sigo disfrutando ahora, no contribuyó a cambiarme pero sí que me dio sosiego y buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista. Cualquier lector que se mantenga atento a los detalles sabe leer entre líneas los mensajes del Universo.

Si necesitas un respiro del ruido, de las malas noticias, del horror, de las preocupaciones, de los problemas, del dolor, de la enfermedad... Te recomiendo feelgood. Es cierto que debemos luchar cada día para mejorar nuestro mundo y el de quienes nos rodean, pero también necesitamos descansar y para eso nada mejor que el oasis de paz que te proporcionará un libro feelgood. Entre nosotros, en confidencia y voz bajita, ahora que nadie nos lee, te dejo una pequeña lista con algunos de mis libros feelgood de biblioterapia:
  • El libro de la señorita Buncle, de D.E. Stevenson
  • Flores para la señora Harris, de Paul Gallico
  • Trilogía de Corfú, de Gerald Durrell
  • Mr. Rosenblum sueña en inglés, de Natasha Solomon
  • La librería ambulante, de Christopher Morley
  • Un abril encantado, de Elizabeth von Arnim
  • Una temporada para silbar, de Ivan Doig
  • La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, de M.A. Shaffer
Más información sobre feelgood en Serendipia
Para otros títulos de no ficción, serendipia.monica@gmail.com

5 de abril de 2017

Biblioterapia con Gemma, del blog Wasel Wasel

Hace semanas que os vengo hablando de la biblioterapia. Para los que aún no hayáis oído hablar del tema tenéis toda la información aquí pero básicamente consiste en utilizar los libros como un modo de desarrollo y de crecimiento personal. Cada uno de ellos, bien elegidos, me sirven para profundizar y reflexionar acerca de varios aspectos de mi vida y entender, entenderme.

Los libros con los que haces biblioterapia dependen del momento personal en el que te encuentres. En los últimos años yo he vivido cambios en el seno de mi familia, he tenido que reinventarme a mí misma, eliminar viejos patrones y encontrar nuevos, crecer con mi pareja y buscar un hueco propio en el que sentirme identificada. Y son muchas las lecturas que me han ayudado en este recorrido.

En este post, y en otros que iré publicando más adelante, he querido conocer cómo es la relación con los libros de otras personas y qué libros han influido de tal manera en ellas que han supuesto un antes y un después en cuanto a desarrollo personal.

La primera invitada es Gemma, del blog Wasel Wasel. Ella se define como "crafter minimalista enamorada del papel y lo analógico. Me encanta tejer, viajar y escaparme a la naturaleza siempre que puedo... Aquí [su blog] comparto mi pasión por un estilo de vida sencillo y cómo organizarte mejor para tener más tiempo libre". Gracias a ella yo he leído libros que me han servido de tanto como La magia del orden, de Marie Kondo, y The little book of contentment, de Leo Babauta. Sin más, os dejo con su reflexión.

Gemma, de Wasel Wasel: "me encanta leer para 'viajar' a otros mundos"



Me encanta leer. Soy de esa clase de lectoras que puede estar perfectamente leyendo una novela y al día siguiente un ensayo sobre religiones de las que nunca ha oído hablar. Con esto quiero decir que me encanta leer para “viajar” a otros mundos, pero también para aprender. No podría decir que tenga un género favorito, simplemente me siento atraída por un tema en concreto y entonces leo muchos libros relacionados. Además, ni siquiera tengo una lista de libros que quiero leer, porque aunque tenga libros pendientes siempre surge algún otro por medio y termino saltándome esa lista.

Aprendí a leer por mi cuenta antes de ir al colegio (con periódicos y libros que había en casa) y siempre ha sido una de mis pasiones. Era una niña de esas que pide libros en lugar de juguetes y muñecas, y el librero de mi barrio me dejaba pasar tras el mostrador para que eligiera los libros que más me gustaran. Los libros son como cofres del tesoro: por fuera son bonitos, pero dentro… no sabes lo que te puedes encontrar, quizá una aventura que te haga soñar, o una enseñanza que te cambie la vida. ¿Quién no siente emoción antes de empezar una nueva lectura?

Tengo mis rituales para leer. Por ejemplo, nunca me verás leyendo una novela en el trasporte público o en sitios con ruido y gente, porque no me concentro. Me gusta tener tranquilidad para poder absorber la información y reflexionar sobre lo leído. Así que leo en casa, en la cama o cuando estoy tranquila en el parque. Leo muchísimo en mi ebook, puesto que no quiero acumular libros en casa (no suelo releer y creo que los libros deben servir para contar historias, no para coger polvo en un estante) y mi volumen de lectura es alto. También voy a la biblioteca a por libros más específicos, como manuales, etc. Eso sí, haga lo que haga, todos los días saco un ratito para la lectura, aunque solo sea para leer un par de páginas.

Respecto a libros favoritos, creo que tengo bastantes. Cada año podría sacar varios de todos los que leo, pero sin duda hay algunos que me han marcado. No considero que sean tampoco los mejores libros del mundo, simplemente son libros que llegaron a mí en el momento preciso y me tocaron de alguna manera. Por ejemplo, recientemente leí Los viajes de Júpiter, de Ted Simons y fue realmente inspirador. ¿Qué tiene que ver un viaje alrededor del mundo en moto conmigo? Yo también pensaba que nada. Pero me enseñó que podemos conseguir casi cualquier cosa que nos propongamos, por muy épica y disparatada que parezca. Y sobre todo que podemos conseguirlo estando solos, sin necesidad de que nos acompañen otras personas en el camino. Es un libro muy bonito, más de autoconocimiento que de viajes, aunque también me ayudó a conocer diferentes culturas de nuestro planeta.

En cuanto a novelas, tengo debilidad por Murakami. Me fascina casi todo lo que escribe, me quedo sin palabras intentando imaginar todo su universo, lo que tiene en su cabeza para poder contar esta clase de historias. 1Q84 me dejó huérfana cuando la terminé. Es una trilogía que devoras de principio a fin. Y mira que suelo huir de los best-sellers, pero me identifiqué tanto con la protagonista que era como leer sobre mí en ciertos momentos. Al fin y al cabo supongo que eso es lo que nos quieren hacer sentir los autores: que podríamos ser nosotros embarcados en una aventura.

Pero si hay un libro (si es que puede llamarse así), que ha cambiado mi forma de ver el mundo y de actuar, ése es The little book of contentment, de Leo Babauta. En realidad es un mini libro gratuito que se puede descargar desde la propia página de este autor. Es el único libro que siempre está en mi ebook y que releo al menos un par de veces todos los años. Cuando me embarqué en el minimalismo todo era un poco confuso. A veces tenía la sensación de no saber muy bien qué esperaba conseguir. Y ahí fue cuando este libro llegó con su ayuda. Tanta sabiduría para la vida en tan pocas páginas, me encanta. Es difícil ser minimalista en este mundo, pero leer The little book of contentment siempre me hace abrir la mente y redefinir qué es lo importante (y lo mejor, cómo conseguirlo, cómo abordarlo). ¡No puedo hablar más de él sin que lo leáis!

Siempre intento transmitir a los demás lo especial que es leer un libro. La cantidad de posibilidades que nos ofrece entre sus páginas. Alguien que no lee, ¡no es de fiar! Jajajaja. Espero que lleguen muchas nuevas historias a mis manos y que pueda seguir disfrutando de ellas y compartiéndolas con otras personas como yo.

Mil gracias por participar Gemma, y ser la primera.

3 de octubre de 2016

Entrevista a Mónica Gutiérrez, autora de El noviembre de Kate

Definitivamente, septiembre fue mi mes feel good. Estas últimas semanas os he ido contando aquí y aquí que, con esta expresión, por fin he podido dar nombre a un género que no sabía que existía pero del que estaba empezando a hacer un buen acopio de lecturas.

He creado una nueva sección en el blog para dejar constancia de todo aquello que me recuerde al género: recomendaciones de libros feel good, reflexiones,... y ahora también ¡entrevistas! Sí, porque hace un par de semanas me puse en contacto con Mónica Gutiérrez (Serendipia) para saber si ella me respondería a unas preguntas acerca de su último libro publicado, El noviembre de Kate, y de las novelas feel good y me dijo que ¡por supuesto!

Mónica Gutiérrez en la presentación de El noviembre de Kate en Barcelona. Fotografía aquí.

Así que aquí está, espero que la disfrutéis.

Pregunta: Hace poco tiempo descubrí el término feel good aplicado a la literatura. Fue justo cuando entré en la ficha que Roca Editorial tiene de tu nuevo libro, El noviembre de Kate, en su web. Y, de esta manera, encontré uno de los géneros con los que más me identifico. ¿Qué es para ti el movimiento feel good?

Respuesta: La literatura feelgood tiene sus años dorados durante la segunda mitad del siglo XX, en Gran Bretaña. Aunque tiene antecedentes a finales del siglo XIX y en los felices años 20 del siglo XX, surgió con fuerza durante la II Guerra Mundial. En Inglaterra, la población civil no solo tenía a sus seres queridos en el frente, sino que además soportaba bombardeos de la luftware, el bloqueo de los submarinos alemanes (escasez de algunos alimentos, cartillas de racionamiento, etc.), movilizaciones, restricciones energéticas, etc.  Para contrarrestar esta angustia de su día a día, para ofrecer a los lectores cansados y a menudo asustados, un rato de evasión y entretenimiento con un libro en las manos empezaron a publicarse una serie de novelas de ficción que descartaban el realismo y la gravedad.

Que ahora se retome el género feelgood tiene todo el sentido del mundo porque la coyuntura actual es bastante peliaguda a nuestro alrededor: desempleo, desahucios, enfermedades, desnutrición infantil, cambio climático, etc. Los lectores necesitan un respiro, necesitan un libro en donde olvidar unos instantes el ruido y el estrés, las preocupaciones y problemas, que le asedian en su cotidianidad.

La literatura feelgood ofrece un oasis de paz y bienestar, es una historia de ficción en donde el lector va a sentirse en paz, tranquilo, a gusto y arropado por personajes positivos, paisajes encantadores, atmósferas acogedoras, mucho sentido del humor y un final feliz. Todo esto lo explico mucho mejor y con más detalle en el taller de narrativa feelgood que imparto en Ateneo Literario y que es pionero en España.

P: En mi opinión, una de las características clave de las novelas feel good son los escenarios. En El noviembre de Kate hay tres que me han cautivado: el jardín selva del edificio en ruinas, la casa de Norman Berck y la buhardilla de la radio. ¿En qué te has inspirado para recrear esos  espacios y para que los lectores queramos quedarnos a dormir en la casa de las tres chimeneas, por poner un ejemplo?

R: Cierto, los escenarios son uno de los puntales imprescindibles del género, ayudan a crear la atmósfera apropiada. El jardín, la casa de las chimeneas, el bar escondido y la radio son lugares que solo existen en mi imaginación pero sí que están inspirados en lugares reales: el jardín dentro de un edificio muy viejo surgió mientras paseaba por un parque en ruinas, la radio en la buhardilla tiene mucho de la emisora en la que trabajé un tiempo y mientras escribía sobre la casa de las tres chimeneas pensaba en esos cottages tan cuquis de la campiña inglesa. El bar escondido no existe pero el hotel Ambassador de Coleridge está inspirado en un hotel muy peculiar de mi ciudad.

Intento crear espacios en donde el lector pueda sentirse a gusto; me recompensa pensar que el lector desea quedarse un ratito en ellos para olvidarse un instante de las noticias del telediario o de lo desagradables que son los vecinos del quinto.

P: Uno de los pasajes más esclarecedores para mí de la novela es en el que Kate toma té con Dolores Weissman. Después de escuchar su historia, Kate dice algo así como que “la vida es mucho más interesante de lo que creemos, siempre que estemos dispuestos a tener bien abiertos los ojos y los oídos. Si hubiese prestado más atención a todo lo que me rodeaba, quizás no habría caído en la espiral de melancólica tristeza en la que me había acostumbrado a vivir…”. ¿Qué suponen en la novela personajes como Dolores Weismman y Marisa, la oyente que fue despedida por modificar el orden establecido en la librería?

R: Son hadas, personajes capaces de abrir los ojos a aquellos que se han quedado bloqueados y que ya no ven más allá de sus narices. En la vida real estas personas están por todas partes para darnos un toque de atención pero no siempre las escuchamos. No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.

Kate tenía todo en su vida para ser feliz, si se hubiese fijado mejor en los detalles habría sido capaz de darse cuenta de lo interesante que podía ser su rutina, de que podría haberle sacado mucho más partido.

P: La tormenta, que se ve venir pero a la que nadie hace caso en la espiral maratoniana de sus vidas, supone un punto de inflexión en el que Kate y Don se ven obligados a parar y a reflexionar. La charla junto al fuego, las reuniones en torno a una mesa, desayunar tortitas, amasar pan, vestir ropa caliente cuando fuera hace frío, disfrutar del paisaje desde una ventana,... ¿Cuánto influyen los pequeños detalles en las decisiones que Kate y Don toman tras la tormenta? ¿Crees que sabemos realmente apreciarlos en nuestro día a día?


R: Los detalles son las bisagras del universo. Los detalles lo son todo, la atención que les prestemos marcará la diferencia entre una rutina y un momento especial. La tormenta me sirvió como detonante para muchas cosas pero también para mantener en un mismo espacio a dos personajes que ya estaban aislados del mundo antes de que la nieve lo hiciese definitivamente.

Una vez una amiga me dijo que los problemas no se arreglaban tomando una taza de té con un pedazo de bizcocho. Cierto, pero tener a alguien con quién tomarse una taza de té y comerse un buen pedazo de riquísima tarta en un lugar agradable ayuda muchísimo a reunir fuerzas para enfrentarse al problema y solucionarlo, a enfocarlo con más sentido del humor. Por muy mal que vayan las cosas, el sentido del humor debería ser lo último que perdemos.

P: Para concluir, me gustaría saber cuál fue el origen de El noviembre de Kate, de dónde surgió esta historia y el resto de historias feel good que has escrito.

R: Todas mis historias y personajes son ficción pero están respaldadas por mi experiencia emocional. Más de una vez he tenido que empezar de nuevo, tomar un nuevo camino, reinventarme. En mis novelas, es habitual que los protagonistas estén en ese punto, en el de empezar a vivir una nueva vida porque la anterior les ha convertido en personas tristes y era un callejón sin salida. Aprenden a mirar el mundo de otra manera y suelen hacerlo en lugares pequeños y rodeados de buenas personas. Ese es otro punto del feelgood, sus personajes siempre dan lo mejor de sí mismos.

27 de septiembre de 2016

El noviembre de Kate, de Mónica Gutiérrez (Serendipia)

Si hay algo difícil en estos días que corren es encontrar a alguien o algo que realmente te haga sentir bien. Ya sabéis a lo que me refiero: alguien con quien charlar y que te escuche de verdad sin que la conversación sea un (mal)educado intercambio de egos; o alguna cosa material que valga más por cómo te hace sentir que por fanfarronear ante los demás.

Por eso, cuando leo que las novelas feel good son lecturas fáciles que lo único que intentan es entretenernos para pasar un rato agradable, me pregunto, ¿acaso lo que nos mueve no es nuestro bienestar? ¿No es esto lo más importante de todo? Probablemente sea así pero está claro que confundimos bienestar con “otras cosas más importantes” que normalmente tienen que ver más con el ego y la posesión.

Para mí, el género feel good es un regalo porque siento que humaniza el mundo rebelde en el que vivimos y recrea escenarios que confirman que aún se puede vivir de otra manera más romántica y naif, tal como descubre la protagonista de la última novela de Mónica Gutiérrez (Mónica Serendipia en la blogosfera literaria), El noviembre de Kate.

Kate, la chica del pelo esponjoso, las bufandas largas de colores y los zapatos de bruja buena; la chica sensible y soñadora que decide deshacerse progresivamente del caparazón que la envuelve para resguardarse de un jefe déspota, un trabajo mecánico, una familia que la ignora y un corazón dolorido que no le permite disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Sin embargo, los humanos no somos todopoderosos. Todavía hay ciertas cosas por encima de nuestro afán de controlarlo todo, como los fenómenos naturales. En esta novela, es una gran tormenta la que obliga a parar a Kate y a todos los protagonistas, un punto de inflexión para reflexionar, prácticamente incomunicados, acerca del futuro.

Gracias a este parón, las tramas principales del libro (por una parte, la de la nueva vida de Kate y el dilema de Don, el contrapunto de Kate) deshacen el nudo que les impedía avanzar y entregarse a la vida desde una perspectiva diferente.

Pero no solo el argumento de esta historia es bonito, lo son también los escenarios, una característica esencial de las novelas feel good: quiero sentarme en ese jardín selvático de Kate y comer croissants; quiero hacer pan de semillas de amapola en la casa de madera de Norman; quiero participar en un programa de radio en la buhardilla de un edificio entrañable; y quiero quedarme aislada del mundo en una casa con tres chimeneas.

Lo bueno de esta novela es que, además de todo lo anterior, resuelve una intrincada investigación policial en la que tanto Kate como Don van a jugar un papel fundamental. Como veis, ingredientes de todo tipo entre los que destaca, como no podía ser de otra manera, el optimismo y las ganas de cambiar el mundo desde el crecimiento personal de cada uno de nosotros.

Coleridge y Longfellow


Al principio de la novela, se incide en que los sitios en los que transcurre la acción son totalmente inventados por la autora. Los principales son Coleridge y Longfellow. Pero, ¡oh, sorpresa!, investigando un poquito por Internet he descubierto que tanto Coleridge como Longfellow son dos poetas, el primero inglés y el segundo americano, y ambos pertenecientes a la corriente del Romanticismo, un tema que está presente durante toda la novela: “De lo que sí estaba segura era de cómo abriría la sección de ese mismo viernes: iba a hablar sobre los conceptos equívocos actuales entre la palabra romántico y el romanticismo original”.