Cuando somos pequeños, todo lo que nos rodea nos genera
curiosidad. Solo tengo que mirar a mi sobrino de seis meses y comprobar que
quiere coger mi pelo, morder sus juguetes, mirar los colores de los dibujos de
la televisión o girar su cabecita para ver quién acaba de entrar por la puerta
de su casa.
Me encanta un momento de esta conferencia de Emilio Duró en
la que relata algo más o menos así: “le dices a tu hijo que mañana va a ir a la
playa y el tío se levanta a las 5 de la mañana, ha cogido el cubo, la pala,… el
tío está en la playa; le dices a tu mujer que mañana va a ir a la playa y
responde: ‘lloverá, no encontraremos aparcamiento’… ¿Qué nos han hecho?”.
A lo largo de nuestro crecimiento vamos perdiendo la
curiosidad, las ganas de descubrir, la creatividad que llevamos implícita como
seres humanos. Pero, ¿en qué momento para esto? Seguramente no hay un momento
concreto. Más bien son muchos los factores que influyen en que, según van
pasando los años, nos acomodemos en “lo que hay”, y más en tiempos de crisis. ¿Os
resulta familiar?
La semana pasada estuve leyendo uno de los libros del retode Mónica Serendipia recomendado por Adella Brac titulado El elemento, de Ken
Robinson, un sir inglés que dice, textualmente que las escuelas matan la
creatividad.
La explicación más o menos es la siguiente: en pleno siglo
XXI, con más de 6.000 millones de personas sobre la faz de la Tierra y una previsión
de más de 9.000 para 2050, continuamos con un modelo educativo que tuvo su
origen en la Revolución Industrial. La consecuencia de esto es que se instruye
a la gente en unas determinadas materias que les prepara para exámenes estandarizados
y se les evalúa en esos parámetros.
Sin embargo, en ninguno de estos casos se tiene en cuenta
una de las cualidades más importantes del ser humano: la creatividad y, sin ella,
será difícil sobrevivir en un mundo cada vez más lleno y con menores
diferencias entre unos y otros. Además, hay otra cuestión crucial: la
frustración de la persona misma.
El ensayo de sir Ken Robinson está repleto de casos, la mayor
parte de ellos famosos, de gente a la que, por ser diferente en algún aspecto,
el sistema educativo convencional los habría apartado de brillantes carreras
como artistas.
Hay miles de ejemplos, como el de Gillian Lynne, bailarina y
coreógrafa famosa por haber diseñado las coreografías de varios musicales como
Cats y The Phantom of the Opera. Robinson cuenta que, cuando era niña, no podía
estarse quieta en clase, por lo que, alertada por los profesores, la madre la
llevó a un psicólogo. Y el diagnóstico fue: “apunte a su hija a baile”.
Cuando nos salimos un poco del patrón, tenemos algún miedo
a algo o nos sentimos mayores para alcanzar un objetivo, quizá nos estemos
alejando de nuestro elemento. Y en este punto llegamos a “eso” que sir Ken
Robinson intenta que alcancemos con la lectura de este libro: “El Elemento es
el punto de encuentro entre las aptitudes naturales y las inclinaciones
personales […] Tiene dos características principales: capacidad y vocación; y
dos condiciones: actitud y oportunidad”.
Para mí vendría a ser, coloquialmente, como aquello que te
gusta tanto hacer que las horas te parecen minutos. Es algo que se te da
especialmente bien pero que además te gusta, estás predispuesto a hacerlo y le
pones tiempo. Hay un momento en el texto que alguien dice “me gustaría tocar
tal instrumento como tú. Muy bien, pues tienes que invertir ocho horas al día. Uff, no sé si podría tantas horas. Pues entonces no te gusta tanto como crees”.
En el libro, sir Ken Robinson ofrece una serie de pistas
gracias a las cuales todos podemos buscar nuestro elemento. El camino, desde
luego, no es fácil. En no pocas ocasiones deberemos poner en marcha planes que
se alejen de lo que estamos haciendo en este mismo momento, lo que puede darnos
miedo, una de las principales razones por las que muchas personas no llegan a
su elemento.
Sin embargo, los que llegan a él logran un estado de
plenitud que no se encuentra de otra manera. Esto es lo que dice sir Ken
Robinson, puesto que yo aún no he encontrado mi elemento aunque sé más o menos
por dónde se encamina.
Y vosotros, ¿habéis encontrado vuestro elemento?
Aedh desea las vestiduras del cielo, de William B. Yeats
Si tuviera las vestiduras bordadas del cielo,
entretejidas de luz dorada y color plata,
las azules, las opacas, las oscuras
vestiduras de la noche y la luz y la penumbra,
tendería a tus pies las vestiduras:
pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños;
he tendido mis sueños a tus pies;
pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños.
entretejidas de luz dorada y color plata,
las azules, las opacas, las oscuras
vestiduras de la noche y la luz y la penumbra,
tendería a tus pies las vestiduras:
pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños;
he tendido mis sueños a tus pies;
pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños.
Deduzco por tu reseña que te ha gustado. Eso me alegra mucho :)
ResponderEliminarYa conocía a Emilio Duró, pero siempre me gusta escucharlo otra vez, así que me voy un rato a ello siguiendo tu enlace ;)
¡Gracias por la mención y por haberle dado una oportunidad a mi recomendación! :)
Un abrazo.
Fue el que tuve más claro de mi lista de tres. Me gusta mucho leer este tipo de libros porque me sirven de inspiración. Me ha gustado mucho, ¡gracias a ti por descubrírmelo!
EliminarPor cierto, que yo también repito con Emilio Duró cada cierto tiempo. No sé qué tiene que me recarga las pilas de una manera alucinante.
¡Un abrazo!