29 de enero de 2016

Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa

Tan pronto, y ya he encontrado uno de los que, sin duda, serán mis libros favoritos de 2016. Lo supe enseguida por dos cosas. Primero, porque he leído mucho acerca de la Guerra Civil y también de la Posguerra, pero muy poco de los años previos, los que corresponden a la Segunda República Española. Segundo, porque aunque soy periodista, mi vocación frustrada es la de maestra y muchos de los valores relacionados con la educación de los que se hablan en las páginas de Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa, son los míos propios.

Gabriela es una muchacha de un pueblo de Castilla que ha estudiado para maestra en la Escuela Normal. Con la ilusión propia de los jóvenes, la fuerza, las ganas y una fe enorme en la educación, inicia su vida laboral en diversos pueblos rurales de España en los que encuentra pobreza, marginación y pocos recursos, pero niños y adultos en su mayor parte dispuestos a aceptarla y a aprender.

Uno de los episodios más bonitos del libro sucede una vez Gabriela ha aprobado las oposiciones y puede elegir libremente una plaza para ejercer su profesión. “Los niños eran todos negros. La mía era la escuela nacional y gratuita y sólo los negros la frecuentaban. Todos dijeron que estaba loca cuando la elegí. Yo tenía 24 años y afán de aventuras”. Efectivamente, en esta época, Guinea Ecuatorial era una colonia española y es a este lugar a donde Gabriela decide marcharse y donde vive esa experiencia que recuerda luego a lo largo de toda su vida (me he acordado un poco de Palmeras en la nieve, de Luz Gabás :)

Pero esta época termina y Gabriela regresa a España. Corren los primeros años de la década de los 30 y, como se espera de ella, se casa con un maestro. Juntos emprenderán una nueva etapa en la que serán los encargados de llevar los colegios de dos pueblos muy próximos. “Ya saben hablar, me decía. Han aprendido a expresar lo que piensan”.

Para entonces, los movimientos republicanos, muy apoyados en la educación, comienzan a revolotear hasta que se proclama la Segunda República el 14 de abril de 1931, justo cuando nace la hija de Gabriela y Ezequiel, Juana. “Lo primero la educación, don Ezequiel, la educación y la cultura para ser capaces de sacar el país adelante”.

A partir de aquí, y asentados en un nuevo pueblo, minero, el matrimonio se erige como parte importante de los cabecillas que defienden los valores de la República. “Digo yo, señora maestra, que si todos supiéramos más de libros y menos de tabernas, nos engañarían menos y seríamos más felices”. Pero Gabriela, absorbida en gran parte por la maternidad y su trabajo en la escuela, va descolgándose de los vaivenes de su marido.

Historia de una maestra es un libro de esos que dejan huella profunda. Por lo menos a mí, que tengo tanta fe en la educación como elemento para resolver los problemas sociales que más nos acechan. Pero, además, es capaz de contagiarte el entusiasmo de todos aquellos que lucharon por conquistar un sueño, pero no un sueño particular, sino uno colectivo, y tampoco un sueño material, como los que solemos tener hoy en día, sino uno en el que el conocimiento es la llave del progreso.

Desde luego, me quedo con todas esas frases que he ido intercalando en la reseña porque son un síntoma de la importancia que tiene la educación para un país, a pesar de que aún no hemos resuelto el problema, incluso habiendo pasado nada menos que más de 80 años de aquellos tiempos.

La educación en la Segunda República


He estado investigando un poquito el tema de la educación en la Segunda República Española, ya que prácticamente no sabía nada de ello, y he encontrado un artículo de El País que resume bastante bien la idea que se muestra en el libro de Josefina Aldecoa: “El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta, desnutrida y llena de piojos como ansiosa por aprender. Y los más ilustres escritores, poetas, pedagogos, se pusieron manos a la obra. De pueblo en pueblo, con la cultura ambulante”.

Además, como aseguran los expertos, el proyecto educativo de la República fue su mejor tarjeta de presentación y la piedra angular de todas las reformas para implantar un Estado democrático para el que se necesitaba un pueblo alfabetizado.

Parece ser que la Constitución republicana de 1931 no consagró un capítulo expresamente a ello, pero fue el texto que más extensamente se ocupó de los problemas de la educación: proclamaba la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza.

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